Contrato y recontrato en la pareja

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Siempre he pensado que la pareja de mapadres puede ser concebida como un sistema funcional que debe lidiar, articuladamente, con la llegada de un bebé.
Y no es fácil. No, no lo es. No te dejes engañar por las revistas que exhiben matrimonios desbordados de plenitud, bien dormidos, con retoño en brazos

No es fácil entender y redefinir nuestro nuevo rol en el equipo. Al menos, no lo fue para nosotros. En un comienzo, cuando el pequeño inquilino se suma a la ecuación, cunde el caos.
Hay ciertas tareas que la naturaleza se encargó de distribuir arbitrariamente (parir, dar la teta), pero hay otro tanto que requiere ser asignado, negociado, compartido, repartido.

Cuando nuestra hija llegó a esta dupla funcional, los dos hacíamos todo, como podíamos, como nos salía. Cuando a él le tocó regresar a trabajar y yo continuaba de licencia, creí que debía asumir buena parte de las tareas. Después de todo, para eso me había “quedado en casa”. Me abrumé, me desbordé

Con el correr de los meses, la distribución de responsabilidades fue tomando forma y color. Que un sistema logre adaptarse a los cambios del entorno NO es sencillo. La pareja se relega, los gestos amorosos se redefinen, las discusiones mutan sus causas e intensidad.
A diario, nos vemos obligados a renovamos contrato.

Ya no somos los mismos, aunque la esencia aún conserve el sabor de lo que supimos ser cuando la ecuación era más simple. El sueño vence. La cama invadida relega arrumacos. Quizás hasta hablemos menos. Aprendimos a dialogar con miradas cuando la voz retumba en un hogar donde el bebé duerme, a combinar esfuerzos para sostener una rutina que nos pesa.
Y aun así, renovamos contrato. Nos volvemos a elegir.

Esta idea de “contrato” pertenece a la psicóloga perinatal Ivana Moyano. Cada niño/a que nace trae con su presencia, con su demanda exclusiva, con los sostenes que hay que rearmar, pone en evidencia el tipo de contrato que la pareja lleva adelante antes de su llegada. La llegada de los niños conmueve las raíces. Es una invitación a la introspección y es complejo para todos, porque “hay que reconstruirse en nuevas versiones de uno mismo”.

El buen sostenedor

Un buen sostenedor, en el imaginario colectivo,  se atribuye a aquel que respalda económicamente. Desde luego, no es un aspecto menor, pero de ningún modo es lo único esperable.

“Un hombre que sostiene a su mujer, es un hombre que está emocionalmente conectado con el proceso en todas sus fases: la concepción, el embarazo y el puerperio de su mujer”. En los primeros tiempos, se espera que la pareja pueda sintonizar su psiquismo con esta diada sabiendo que su mujer:

  • Habrá perdido momentáneamente su mundo de referencia y tendrá que adaptarse al ritmo del bebé
  • Está muy cansada por la rutina de cuidados básicos
  • Sentirá muchas veces que falla y que socialmente hay muchas expectativas puestas sobre ella y su supuesto estado ideal, donde solo entra la felicidad

La comunicación verbal dentro de la pareja, en esta etapa, es fundamental.

Lo que se gana, lo que se pierde

Volvernos padres, según explica Ivana Moyano, es un proceso que supone “grandes duelos por las pérdidas en relación con nuestro mundo anterior”, en especial para la mujer. Se pierde la rutina que se había venido sosteniendo quizás por años, se deja de trabajar, se pierden espacios personales de amistad, deportes, pareja, familia.  La psicóloga, autora del libro “Volvernos padres”, señala que la mayoría de las mujeres modernas que se vuelven madres, en tiempos de puerperio tienen sensaciones extremas y hasta opuestas: la felicidad de ver al bebé convive con la tristeza de no saber dónde quedó el mundo anterior, el que decía “vos sos vos”.

La mujer puérpera pondrá toda su libido o su energía psíquica en conocer a ese cachorro indefenso, en armar vínculo y satisfacer sus demandas. El resto del mundo, en etapa, pasará a un segundo plano. Debe suceder, y está bien.

La buena noticia es que habrá un momento -¡te juro que llegará!- para recuperar aquel mundo, en su totalidad o parcialmente. La pareja redefinirá su vínculo, los jeans volverán a entrar, los buenos amigos esperarán. Cuando las personas logran aceptar este proceso, vivirlo en toda su intensidad y crecer, el resultado es grandioso y la reformulación familiar suele dar mucha felicidad y plenitud.

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