Mi hijo se duerme en la teta, encuentra allí la calma que nadie puede entregarle. Es su refugio; un intercambio vincular que lo nutre en todos los sentidos posibles. Alimento físico y emocional.
A veces, esos encuentros son pura poesía y romance. Nos sacude una explosión de oxitocina y nos disfrutamos sin prisa. Otros, la teta es campo de batalla. Mi espacio corporal invadido y esclavizado, consumido.
Mi hijo tironea de mí, se retuerce vigoroso, se me abalanza salvaje exigiendo, reclamando sin tregua.
No reconoce horarios. Yo tampoco. Nuestro contrato de libre demanda lo reviste de poder para obtener lo que quiere cuando quiere. Y yo acepto, aunque me pesa el sueño de la teta trasnochada.
Los pechos me arden,
me pesan,
me laten.
Los pechos chorrean,
se agrietan.
Renuncio a la ropa que amo y acorto mis duchas para su disponibilidad. A veces, me pierdo a mí misma en su demanda.
En estos primeros días, casi me rindo. Lo confieso. Mis historias de lactancia nunca han sido fáciles de transitar, en especial durante el inicio.
Y seguí adelante, pues me impulsa el profundo deseo, pero también el mandato. Lo que se espera de mí. Eso también lo confieso.
Como toda historia romántica, las lactancias tienen lucha, confrontación y angustia. Momentos difíciles. Momentos oscuros. Hay que estar allí para comprender en cuerpo y alma lo que representa tal entrega.
No quiero que se malentiendan mis palabras: soy una fiel defensora y promotora de la lactancia materna.
Creo fervientemente que dar la teta desde el deseo y decisión es un acto de libertad.
Pero creo también que es un acto de libertad decidir no hacerlo.
Al fin y al cabo, lo que importa es MAMÁ, y mamá es calor y calma en muchos formatos igual de amorosos y contenedores.
Dar la teta es un acto de nuestra sexualidad, un proceso femenino, singular y subjetivo, atravesado por nuestras vivencias, posibilidades, recursos, nuestra propia crianza, lo que nos han dicho y lo que no.
No existen lactancias “exitosas”, existen lactancias “posibles”. Existen lactancias que se extenderán gozosas en el tiempo, lactancias mixtas y otras que nunca serán. Y está bien.