Límites y berrinches

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Hace ya varios meses convivo con una adolescente precoz que, en ocasiones y ante situaciones que a simple vista no merecen semejante despliegue, testea con perseverancia qué tan paciente puedo ser. No hay en ella maldad, ni teatralización. Es el lenguaje del que hoy dispone para materializar su frustración.

Cada vuelta de mi jornada laboral, mi hija Zoe monta escenas dignas del Oscar. Y la performance incluye arrojarse al suelo, zapateo americano, un “no, no, no, no” que evidencia, sin lugar a dudas, el dominio magistral del adverbio de negación en su acotado vocabulario.

Aún a sabiendas de que los berrinches son un paso fundamental en la construcción de la psiquis de los más chicos, no es sencillo mantener el control, la calma y contener la situación para que aquello no acabe en una escalada de desborde emocional.

Selecciono a diario mis “NO”, escojo qué “batallas” pelear y cuáles sencillamente dejar pasar. Dosifico mis retos, no grito, busco empatizar con sus berrinches. Es una elección consciente, pero también es el modo en que naturalmente elijo ser. Y a veces, ante sus pequeños desafíos, me es inevitable cuestionar si padezco de un exceso de PERMISIVIDAD.

“Los niños guardan sus emociones más fuertes para cuando llega mamá”
Natalia Guerenian @licnatigueren, psicóloga especializada en crianza respetuosa y disciplina positiva,  explica que los niños guardan sus emociones más fuertes, se desbordan, se desarman con quien más los contiene: mamá y/o papá, generalmente. Cuando entre mamá y su hijo/a se ha generado un apego seguro, el niño sabe que todo su malestar, su cansancio, su dolor, será sostenido y encontrará refugio en los brazos de mamá.

El niño llora y busca consuelo porque SABE que lo encontrará y sabe a quién pedírselo. Si el apego es seguro y mamá aparece después de una jornada laboral en la que no estuvo con su pequeño, este pequeño aprovechará el momento para reclamar y recuperar el tiempo que no pudieron compartir durante el día. ¡Mamá llegó y hay que aprovecharla!

“No protestamos más cuando somos desgraciados, sino cuando tenemos más esperanzas de que nuestras protestas sirvan de algo. Protestamos más cuando nos sentimos aceptados y queridos” C. González

Entre el año y medio y 2 años, asistimos a una etapa de muchas “despedidas” (cambio de cuarto, mamadera, chupete, pañal, ingreso al jardín) e indefectiblemente nuestros hijos atravesarán momentos de enojo. “No hay educación sin frustración y enojo”, señala Marituchu Seitún @maritchuseitum, psicóloga especializada en crianza,  y el berrinche es justamente la forma de expresar esa frustración, porque no conocen otra modo de hacerlo.

Como mapadres no podemos evitar el sufrimiento de nuestros hijos, pero sí acompañarlos en el proceso. Nuestro desafío es poder poner límites claros pero en forma amorosa y acompañar el crecimiento de nuestros retoños con firmeza y empatía. Permitirles su enojo, pero sin enojarnos ¡El autocontrol se enseña!

¿Por qué no debemos gritar?
Cuando gritamos, el cerebro de nuestros hijos segrega CORTISOL y genera tensión y angustia. Los gritos y las amenazas furibundas son la forma más invisible de violencia contra la infancia. Violencia que no deja marcas físicas, pero cala hondo. El grito paraliza, nubla el pensamiento, infunde terror e instintivamente el cuerpo se prepara para luchar o huir.
El cortisol, la hormona del estrés, dura una hora. Crecer con niveles elevados de cortisol puede traer consecuencias en el largo plazo y alterar de forma permanente la estructura cerebral infantil.

Ahora bien, te preguntarás entonces cómo accionar ante el berrinche que, claro está, suele sucederse ante la mirada atónita de transeúntes que cuestionan tu reacción.  María del Rosario Vocos Conesa @una.mama.psicopedagoga  Licenciada en Psicopedagogía y docente, enumera algunas prácticas:

  • Conocer y abrazar la edad que atraviesa tu retoño.
  • Usar medidas anticipatorias. ¡No tientes a un bebé que explora!
  • Poner en palabras su sentir cuando el retoño no puede hacerlo: “Entiendo que estés enojada porque nos vamos de la plaza”.
  • Ofrecer soluciones posibles: “Mañana vamos a volver para que sigas jugando”
  • Desarticular conductas de agresión hacia el cuerpo propio o ajeno: no permitas pegar ni que se peguen.
  • Si se deja, abrazalo, ponerte a su altura. Contención y acompañamiento, siempre.
  • Luego del berrinche (¡y cuando las aguas estén calmas!) proveer un espacio de reflexión acerca de lo sucedido.

Como mamá primeriza en (de)construcción, a diario busco el “justo medio” aristotélico entre un modelo autoritarito y arbitrario con límites excesivos e incoherentes y el otro extremo: el permisivo, falto de límites. Intento identificar lo más valioso de cada propuesta para formular mi propia manera de ser mamá.

Somos humanos falibles, ¡no lo olvides! No existen padres perfectos, sino personas que se construyen sobre la marcha. La crianza es siempre un desafío.

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