Mi hija huele a tardecita de otoño

Diseño sin título (13)

Mi hija huele a tardecita de otoño.
Brisa fresca y deliciosa comestible.

Ni el más caro perfume importado logra imitar la delicadeza de las notas que emanan de su cabeza poco poblada y su cuellito de muñeca. Es la combinación en la medida justa de mis flores preferidas.

Me detuve a respirarla por primera vez cuando volvimos del sanatorio. La olfateé como mamífera primitiva que reconoce a su cría en la manada.
Rastrillé cada pliegue, cada recoveco de aquella piel de estreno. Tan reluciente, tan transparente. Un lienzo en blanco, un libro sin escribir.

Durante mi reposo, como ritual de iniciación a la maternidad, lavé todas sus prendas a mano: desde el par de medias heredado de un primo lejano hasta el más sofisticado saquito con encaje. Confieso que jamás había tratado a la ropa con tanta sutileza, ni siquiera a mi vestido más delicado, que dejaba a merced del impiadoso lavarropas

Me llevó semanas despojar al algodón de los perfumes comerciales empalagosos. Me sentía guardiana y protectora de aquella piel reluciente, flamante, tan blanca que encandilaba.

Aún hoy me regocijo en su aroma a bebé y su perfume a inocencia.

Mi hija huele a tardecita de otoño.
Definitivamente, mi estación favorita del año.

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