“Hija de madre abandónica reclama indemnización por daño moral y emocional”: el título que encabezaría esta fotografía.
Así me mira cuando paso largo rato entregada al mundo laboral.
Así me mira cuando mi energía se redirecciona lejos de ella.
Así me mira cuando demoro en devolverle la mirada, indignada por no ser única destinataria de mi atención.
Y es que la percepción del tiempo cuando mamá se ausenta, aunque sea dentro de las paredes del hogar, se vive como una tragedia griega, dramática y fatal, hasta que alguna distracción le devuelve la calma.
Por momentos, su demanda abruma, ahoga. En especial cuando batallamos por conciliar el trabajo productivo con las tareas del hogar y cuidado. Y es que la maternidad y el home office es una combinación imperfecta.
Encontrar el justo medio entre lo IDEAL y lo POSIBLE es una carrera en ojotas por cubrir todos los frentes.
Pesan las piernas. Pesa el infinito repertorio de pendientes. Pesa la culpa.
Pero su demanda también me hace sentir una pieza única, irremplazable.
El esfuerzo por regalarle presencia me desafía a diario. Reconquistarla me mantiene al trote.
Soy feliz de ser su universo, al menos por estos años, al menos por estos días.